No puedo negarme.
Llamémosle amor, obsesión, destino, locura. El mundo paralelo existente a ésto que precisamente yo no sé definir, y a ti no te doy oportunidad de hacerlo, puede ponerle el nombre que le convenga en cada momento según mi estado de ánimo y las esperanzas o histerias que quiera reflejar en mi persona. Sin embargo, aunque a veces trate de nombrarlo de algún modo, porque quieras que no intento poner orden en mi desordenado apartamento intentado arreglar cada desgarro, cada arañazo y cada vaso estampado, en ocasiones simplemente me basta con frenar, con perder velocidad. Paro y pienso. Y tras una profunda inspiración lo máximo que consigo es aumentar mi pocentaje de oxígeno en sangre con lo que mis células cerebrales están mejor alimentadas, por lo que funcionan mejor; contrario a este efecto tenemos el de las células cardíacas, las cuales reciben la misma cantidad de oxígeno aunque paradójicamente estén infinítamente más cerca de los pulmones que aquellas otras. Se aceleran, creando un flujo turbulento que no puede ser ocultado bajo mis pequeños pechos, denotándose así un fuerte dum-tac -corroborado con un auténtico cardiólogo- de frecuencia máxima. ¿Por qué? Já, he ahí el quid de la cuestión. Algunos lo achacan al amor, otros a la casualidad, incluso algunos valientes se atreven a culpar al bendito y curioso fuego siempre presente y duradero. Negligentes. No se trata de nada de eso. De verdad, juro que quiero ponerle nombre, pero que no sepa ponérselo no significa que tenga que ser nada de lo anterior, es más, estoy segura de que sería capaz de rechazar cualquier definición que me de cualquier ajeno a ésto solo por hacerlo un poco más especial. Me serviré de un "bah, tú no tienes ni idea" o de un simple "no, eso no es" para de un plumazo reventar cualquier resquicio de similitud que exista con cualquier otro caso parecido. No, nosotros no. Nosotros somos especiales. En este momento acaban de entrar en acción mis amigas las encapsuladas en hueso por los seis costados salvando los correspondientes orificios, me comentan que no sea estúpida, que acepte la realidad, pero en cuanto intentan hacerme entrar en razón se rebelan mis salvadoras, las que me apoyan, las que saben de lo que hablo. Y sí, ¡ésto es especial!
Adoro que me acaricies la cara con la yema de los dedos, que los deslices suavemente por cada poro de mi piel y que vengas a suplicar mi perdón sin pronunciar ni una de las letras que contiene la palabra. Me gusta que me retengas en esta cruda, dura pero deliciosa realidad cuando estoy a punto de pasar a un mundo encantadormente mejor; que cuentes con mi hombro para apoyarte siempre que lo necesites, y que aceptes favores. Pero sobre todo, lo que más me aviva la patata es el hecho de que estoy casi completamente segura de que aunque no quieras, te ocurre lo mismo. Nos damos paz, siendo lo más bonito que se puede regalar.
Me hallo en un punto sin retorno: tú me diste el ancla, yo la eché al vacío, a que se aferrara en lo más profundo.
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